10.29.2010

Capítulo Final

“…Dale campeón, dale campeón, dale campeón dale campeón…”, se escuchaba una y otra vez en la cancha. Después, el clásico, “…que de la mano, de Carlos Bianchi, toda la vuelta vamos a dar…”.

El estadio era una fiesta inolvidable y a pesar del frio, cada hincha agitaba sus buzos y remeras al compás de cada canción que se entonaba. Dentro de la cancha, los jugadores festejaban como pocas veces lo habían hecho. Todos querían saludar al máximo ídolo de la tarde, ese pibe que con la suerte de los grandes supo cambiar la historia Xeneize para siempre.

Era el momento de la vuelta olímpica, y entre los tres más experimentados del plantel, surgió la idea de llevar en andas a Agustín. Battaglia fue quien puso el cuerpo, y para sorpresa de todo el mundo, la imagen de Agustín dando la vuelta olímpica fue la imagen de ese Boca campeón.

Como por arte de magia, desde los cuatro costados se empezó a escuchar tibiamente, “…Agus, Agus, ole ole ole ole, Agus, Agus…”, para que después ese grito que había empezado tranquilo, se convierta en un grito de guerra.

El nombre de Agustín caía desde las tribunas como con la fuerza de los nombres más importantes que dio el club.

Esa tarde iba a quedar para el recuerdo de todos los hinchas de Boca, ya que cada uno vivió de la mano de Agustín su propio sueño de jugar en la primera de su Club.

Agustín lloraba y lloraba de la emoción. No podía entender lo que le estaba pasando. Todo era muy fuerte para él. Ganar el concurso, conocer a sus ídolos, y encima tener la chance de poder entrar a jugar y meter el gol del triunfo en el último minuto.

Cuando termino el partido, todos corrieron a abrazarlo a Agustín que lloraba de la emoción mientras se acordaba de su familia. Nadie podía lograr entender que un pibe que había ganado un concurso para concentrar con el plantel le había dado el triunfo a Boca en la última fecha y frente al clásico rival.

El primero que abrazó a Agustín fue Palermo, que justo se encontraba al lado suyo, para que después lo siga Riquelme y todos los demás. Se dice que ese fue el abrazo más multitudinario del mundo, ya que hasta los suplentes, como pudieron, corrieron a abrazarse con Agustín.

Caminando se acercaba Bianchi, que cuando vio a Agustín llorar de la emoción después del abrazo con sus compañeros le dijo con una sonrisa, “¡viste pibe, te hice entrar yo eh, acordate de eso!”.

Cuando Battaglia lo subió en andas a Agustín y toda la gente coreaba sus nombres, Agus lloró como nunca lo hizo en su vida. Sentía que estaba tocando el cielo con las manos y que de ahí en más, cada cosa que le daría la vida sería un regalo para él.

Esa tarde quedó en la historia para siempre, y no solo para los hinchas de Boca, sino para todo el futbol en general, ya que un chico de solo 17 años le dio el campeonato a Boca.

Esa tarde, fue solo el principio de un largo sueño que viviría Agustín, sin saber que la vida le iba a cambiar para siempre, teniendo más tardes de magia como esa.