9.27.2010

Capítulo 30

Agustín no podía creer que estaba dentro del vestuario con sus máximos ídolos, e imitando a Nacho que estaba al lado suyo, se sentó callado.
Era el momento de la charla técnica de Bianchi y el vestuario estaba en silencio.

La charla comenzó repasando los movimientos tácticos que los jugadores habían practicado en la semana, para así seguir con las marcas que tendría cada jugador en las pelotas paradas.

Bianchi acostumbraba a dar charlas técnicas cortas, ya que nada se podía aprender a pocos minutos del partido. Pero en cambio, esta fue más corta de lo habitual. Después de refrescar ciertos conceptos, Bianchi empezó a hablar de lo importante del partido y que más que nunca se necesitaba a un equipo dentro de la cancha, no a individualidades.

La charla técnica se basó por completo en motivar a los jugadores. Se podía percibir cierto grado de mal estar por lo sucedido y porque algunos compañeros no podrían jugar ni estar en el banco debido a que todavía se sentían mal. Según palabras del técnico, el grupo necesitaba estar más unido que nunca para enfrentar las adversidades presentadas.

Todos escucharon a su técnico en silencio, y Agustín literalmente no podía creer lo que estaba viviendo. Estaba en el vestuario de Boca con todos los jugadores, incluso los que no iban a jugar, escuchando hablar a Carlos Bianchi.

Con el final de la charla técnica, los jugadores se dispusieron a entrar en calor en la cancha de básquet del club. Por orden del preparador físico todos empezaron a trotar pasándose la pelota unos a otros. Mientras tanto, Agustín que no iba a jugar, se quedó en un costado mirando la entrada en calor.

Agustín empezó a sentir de a poco como los nervios lo iban azotando al escuchar como desde las tribunas los hinchas empezaban a vivir el clásico. Más allá de poder estar en el banco de suplentes en el partido, Agustín no dejaba de ser un hincha más que vivía a su manera el clásico y así, con cada minuto que pasaba, los nervios iban en aumento.

Agustín, maravillado con lo que estaba viviendo, no se dio cuenta que el tiempo había pasado tan rápido y que para el partido solo faltaban quince minutos.

Con gritos de motivación de los jugadores, el precalentamiento había terminado y así, el momento de irse al vestuario a cambiarse había llegado.

El estadio era una fiesta de colores y los cantos de la gente no hacían más que hacer retumbar las paredes del vestuario.

Faltaban diez minutos y en las tribunas el clásico, ya se estaba jugando.

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